Reproducimos ahora la "Carta al Director" publicada por el Diario de Toledo de la que se estrajo una parte y se publicó en una revista dominical. Nos parece interesante la carta completa y no somos partidarios de sacar de contexto las cosas; por eso volvemos a publicar este escrito de Gonzalo Gómez Montero.
"Hacía
tiempo que la idea me rondaba la cabeza. La sentía crecer lentamente, cada vez
más intensa y más presente. Durante los últimos meses la había ido posponiendo
con falsas ilusiones, y también con un punto de remordimiento, como quien se
demora en cumplir un deber ineludible aunque sabe que luego se arrepentirá de
ello; hasta que finalmente se ha convertido en algo concreto, real. Después de
varios años de precariedad laboral, y ante la falta de buenas perspectivas, he
decidido ser otro de los miles de españoles que abandonan el país en busca de
una vida mejor. Precisamente escribo desde el camión de un amigo transportista
que se ha ofrecido a llevarme a Francia para que ahorre unos euros que seguro
necesitaré más tarde. Voy sin contrato de trabajo, con un poco de dinero
reunido traduciendo libros en los que me dejé literalmente las pestañas. Si el
azar de la vida no me hubiese hecho nacer dentro de la Unión Europea, sería lo
que vulgarmente se llama un “sin papeles”.
Me
marcho con la sensación de dejar atrás un país viejo, desesperanzado, en el que
casi nadie es capaz de ponerse en la piel del otro, ni de hacer nada que no le
asegure una recompensa de antemano. Para los que se preocupan por la
colectividad son tiempos para la ira y el resentimiento. Sin embargo, yo me
considero afortunado. Nunca he tenido hipoteca, ni coche, ni moto, ni siquiera
contrato de móvil; pero soy joven, tengo unos euros que me darán la oportunidad de probar
suerte en el extranjero (algo que ya quisiera, a la oportunidad me refiero,
mucha gente) y, sobre todo, una formación que, nunca he de olvidar, fue
financiada por los contribuyentes de mi país. Recuerdo cuando, en octavo de
EGB, el maestro dijo que cada uno de nosotros le costábamos 400.000 pesetas por
curso al Estado. Inmediatamente se hizo un silencio en el aula; todos
pensábamos que estar allí era gratis. Desde entonces no he dejado de tener mala
conciencia cuando he suspendido un examen. Poco después comprendí que en muchas
partes del mundo ni siquiera hubiese podido sentarme en un pupitre.
Me
voy, aun así, con inevitable sensación de fracaso pues, pese a la deriva
individualista actual, sigo pensando que, como ciudadano, le debo mucho más a
la sociedad que lo que esta me debe a mí. Mi propósito ha sido siempre el de
devolver lo recibido a mi entorno, a los que indirectamente me capacitaron para
que aprendiese a hacer lo que sé hacer. Lo he intentado por todos los medios,
pero finalmente he arrojado la toalla. Si no me dan la oportunidad, tendré que
aportar mi grano de arena en otro país, y no lo haré sin pesar. Recordaré, eso
sí, a los que se quedan aquí luchando y renunciando a parte de su bienestar por
el de los demás, que, pese a la distancia, también será mi propio bienestar".
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