Cuando supimos que, mediante el reciente cambio de la Ley electoral, la presentación de avales era el nuevo medio escogido por la Banca -y sus fieles servidores del Parlamento-, para mantener la Democracia “atada y bien atada”, a algunos nos pareció un mero trámite. Dos mil firmas, nos parecía, casi las consigue uno con sus contactos del Facebook… y listos para presentar Coruña y Pontevedra, qué más queréis que os traiga.
Pues no, una vez más, no. Vivimos, los enriquecidos, de forma tan superficial que continuamente nos estrellamos en la realidad. Y parte de esa realidad es que la Banca- y sus fieles servidores- han conseguido un ambiente en nuestras calles abrumadoramente individualista y desconfiado, amén de muy poco preocupado por saber sobre política. Las 2.000 firmas conseguidas han supuesto, una a una, experimentar un encuentro con miles –pongamos 3.000- de personas empapadas, como lo está el que escribe, de frases hechas en la tele, de mitos sin base repetidos una y otra vez, de cándido paternalismo que te insulta sin mala fe. Una a una, conversación tras otra, sacando ilusión del ejemplo de otros, vencíamos la pereza de abordar a un nuevo paseante, al que interrumpíamos sus planes con un mensaje poco comercial. Una a una.
Estos días, la experiencia de las firmas, seguida de las manifestaciones del 15-O, me llevaron a pensar en las Grandes Revoluciones, la francesa y la rusa, que se produjeron de forma espontánea y violenta. Los historiadores nos dicen que, además de ideas y líderes, hubo un elemento que encendió la llama: la necesidad… el frío, el hambre.
Estos días, un enriquecido y superficial como el que escribe, que no se atreve ni a pensar en el frío o el hambre, reflexiona sobre lo que le sacó a pedir, una a una, aquellas firmas. Y se lo aseguro, parece un camino más esperanzador que el de las Grandes Revoluciones.
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