-¿Qué ha sido de sus hijos?
-Están vivos. El mayor, Jaime, entró en prisión a los 18 años y pasó allí mucho tiempo -en el penal de Teruel le apuñalaron-. Hace tres años le dieron dos embolias cerebrales. Ha perdido memoria y es casi como un niño. Abel picotea de vez en cuando, pero hace cuatro años que trabaja. Afortunadamente, ninguno de los dos es seropositivo.
-La heroína les cambió dramáticamente la vida, a ellos y a usted.
-Jaime tenía solo 15 años cuando me dijo que consumía. Intenté formarme a marchas forzadas, porque entonces no había profesionales ni recursos. Las madres solo sabíamos que era imposible quitarles el arma con la que se estaban matando, porque siempre estaba a su alcance. No sabíamos nada del sida. Nadie profundizaba en el tema. Y paralelamente veíamos cómo había gente que se enriquecía de una forma ostentosa. Las madres creímos que había que poner a cada uno en el lugar que le correspondía.
-Lo hicieron a la brava.
-Convocamos a todos los partidos políticos en el ayuntamiento de Vigo. Les dijimos quiénes éramos, qué ocurría, la necesidad de una red asistencial, de investigar fortunas importantísimas y denunciar compadreos de la policía con determinados traficantes y proxenetas. Hablamos de 37 establecimientos en los que se vendía droga descaradamente. Dimos nombres, apellidos y direcciones.
-Ese valiente 'yo acuso' le trajo más de un disgusto.
-Llegaron a contratar a dos colombianos para que vinieran a por mí y me cortaron un par de veces los frenos del coche. También amenazaron con matar a mis hijos, pero yo les contesté: «Como a alguno de ellos les pase algo, fulano, mengano, zutano... van a aparecer con un tiro en la cabeza. Tengo un comando de ETA dispuesto a venir para liquidaros». Fui de farol, naturalmente, pero no pasó ni una semana que uno de los que había mencionado murió de un tiro en la cabeza. El destino nos ha ayudado muchas veces.
-El destino y ¿la ausencia de miedo?
-Una amiga, Fina, que tenía tres hijos metidos en la droga y que murió de un infarto a los 53 años, decía: «¿Cómo vamos a tener miedo si nos están matando a lo que más queremos?»
-Aun así...
-El peor momento lo viví al día siguiente de aquella convocatoria en el ayuntamiento. Iba al mercado con mi hijo Rubén, que tenía 7 años, y fui a parar delante del bar de uno de los que denunciamos como traficante, proxeneta y chivato de la policía. Él estaba en la puerta. Mis piernas empezaron a temblar. Dominé el miedo, le sostuve la mirada con desafío y él bajó la suya. Me quedó la boca como una lija, créame, pero me inmunicé. A partir de entonces noté que ellos tenían miedo de mí, que apuraban el paso al verme.
-Eso le dio coraje a decenas de madres.
-Se fueron sumando y en todas creció una fuerza difícil de explicar, como la que ha crecido en Egipto.
-Y al final, la ley reaccionó.
-Con la denuncia, obligamos al Estado a modificar la ley, a poner más recursos y a perseguir el narcotráfico. Baltasar Garzón, Javier Zaragoza y Carlos Bueren abrieron el melón y fue imparable. Primero fue la operación Nécora y después, muchísimas más. Hoy, excepto Manuel Charlín Gama, que ya cumplió condena, están todos entre rejas.
-¿Qué siente ahora al pasar frente al Pazo Baión?
-Cuando nos manifestábamos delante del pazo de Laureano Oubiña decían que estábamos locas. Al pasar a manos del Estado y abrir simbólicamente la puerta, nos entró un sentimiento de éxito compartido pero también de pena, porque muchos de los nuestros ya no estaban.
Fte: elperidico.com
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