"Escribo desde la cabina del camión de un amigo transportista que se ha ofrecido a llevarme a Francia para que ahorre unos euros. Voy sin contrato de trabajo, con un poco de dinero que he reunido traduciendo libros en lo que me dejé literalmente las pestañas. Me marcho con la sensación de dejar atrás un país viejo, desesperanzado, en el que casi nadie es capaz de ponerse en la piel del otro ni de hacer nada que no le asegure una recompensa de antemano. Son tiempos para la ira y el resentimiento. Sin embargo, yo me considero una persona afortunada. Soy joven, tengo unos euros y sobre todo una formación que, nunca he de olvidar, fue financiada por los contribuyentes de mi país. Me voy, aun así, con inevitable sensación de fracaso, pues, pese a la deriva individualista actual, sigo pensando que le debo mucho más a la sociedad que lo que esta me debe a mí. Mi propósito ha sido siempre el de devolver lo recibido a mi entorno. Lo he intentado por todos los medios, pero finalmente he arrojado la toalla. Si no me dan la oportunidad, tendré que aportar mi grano de arena en otro país, y no lo haré sin pesar. Recordaré, eso sí, a los que se quedan aquí luchando y renunciando a parte de su bienestar por el de los demás, que, pese a la distancia, también será mi propio bienestar."
Gonzalo Gómez Montoto.