(Roberto Blanco Valdés, La voz de Galicia)
Como en cualquier institución parlamentaria (local,
regional o nacional) no se puede gobernar sin mayoría, o bien se fija
una normativa electoral que favorezca conseguirla (el sistema
mayoritario, como en el Reino Unido, o los llamados premios de mayoría,
como en Italia o Grecia) o bien no se adopta ninguna medida de
ingeniería electoral, dejando a los partidos la decisión de pactar como
les plazca según sus egoístas intereses.
La segunda opción, aplicada en España de 1977 en
adelante, puede ser respetuosa con la voluntad de los electores cuando
el sistema de partidos no está muy atomizado, de modo que, si el ganador
no obtiene la mayoría necesaria, los perdedores (generalmente uno
grande y uno pequeño) se unen para conformar la alternativa. Así sucedió
con los pactos entre el PSOE y el PCE o entre el PSdeG y el BNG.
Aunque desde el punto de vista democrático creo muy
discutible que un Gobierno sostenido por la suma de 25 y 13 diputados
sea más representativo, por ejemplo, que uno que apoyarían 37, las
reglas del parlamentarismo son las que son. Ahora bien, tales reglas se
desvirtúan hasta la caricatura cuando el sistema de partidos se atomiza
y, frente al ganador, aparece el camarote de los Hermanos Marx.
Lo
que está ocurriendo en Galicia con las diputaciones lo pone de relieve
con una pasmosa (¡y nunca mejor dicho!) transparencia. Dado que en la
coruñesa el PP no puede gobernar con tan solo 13 de sus 31 diputados, el
PSdeG exige tener la presidencia, pues suyos son 8 de los 18 de la
oposición. Pero, claro, esos 8 son menos que los 10 de otros partidos y 5
de esos 10 (¡de cuatro fuerzas!) podrían ponerse de acuerdo para apoyar
al BNG. ¿Qué es más democrático? ¿Qué más representativo? Los
socialistas lo tienen claro, aunque obvian que su ventaja sobre el BNG
(3 diputados) es casi la mitad que la que el PP tiene sobre ellos (5),
sin que al PSdeG tal cosa le parezca ningún inconveniente para hacerse
con la presidencia de la diputación a costa del PP. Por lo demás, si el
BNG va a apoyar al PSdeG en la diputación de Pontevedra, por qué no va
el BNG a exigir a cambio en la coruñesa una compensación.
El problema, claro, es que una vez que todo vale
(pactar a discreción con quien sea para echar al ganador de las
instituciones, incluso cuando se ha acercado a la mayoría absoluta, que
es lo que han hecho los socialistas tras las últimas elecciones
municipales y autonómicas) vale todo: es decir, son posibles todo tipo
de componendas, trapicheos, chanchullos, trapisondas y acomodos, sin que
exista más racionalidad que el interés de cada cual por ocupar poder y
aunque haya para ello que pasarse por el arco del triunfo el sentido del
sufragio de los electores, a los que no queda al fin más que contemplar
como los partidos, ya perdida la vergüenza, hacen mangas y capirotes
con los votos.
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